El valor de lo cotidiano en la construcción del bien común

Artículo de Bernardo Toro 

    Muchas veces no podemos solucionar un problema porque no vemos lo obvio.

    Imagine qué pasaría si por alguna razón extraordinaria, a partir de mañana, todos los niños se levantan a tiempo para ir a la escuela o colegio habiendo hecho la tarea; todos los empleados públicos y privados llegan a tiempo a su oficina para atender adecuadamente a los ciudadanos y hacen a tiempo los trámites correspondientes; los trabajadores de fábricas y factorías siguen todos los protocolos para que la producción esté dentro de lo programado; los profesores han preparado con cuidado sus clases y ejercicios para los alumnos; los jueces juzgan en verdad; los ejecutivos usan los recursos para crear bienes y servicios de calidad y empleo decente; los parlamentarios deciden hacer leyes justas y útiles; la parejas se tratan con respeto; los niños y niñas son cuidados por todos los adultos en todos los lugares… etc.,etc.

    ¿Qué pasaría si esto sucediera?

    Cada vez que en conferencias en América Latina describo ésta situación y hago ésta pregunta la respuesta siempre es la misma…
    ¡Sería algo impensable! ¡Sería un paraíso!

    Y esto es gravísimo: hacer lo que hay que hacer todos los días para que una sociedad funcione nos parece impensable.

    Y eso nos lleva a pensar que para cambiar la sociedad hay que hacer cosas extraordinarias: grandes inversiones en campañas, manifestaciones masivas, traer famosos y costosos conferencistas y gurúes, seguir caudillos iluminados, hacer grandes obras de infraestructura, etc.

    Y eso tiene un efecto muy fuerte en nuestro comportamiento como ciudadanos y como país.

    Lo que transforma y da sustentabilidad a una sociedad no son las grandes cosas (Bertolt Brecht sostenía que los únicos imprescindibles son aquellos que trabajan todos los días). Son las transacciones cotidianas que hacen posible las únicas cuatro cosas en las que el ser humano consume su existencia:
    – tratando de sobrevivir (la supervivencia),
    – tratando de estar los unos con los otros (la convivencia),
    – tratando de producir lo que necesitamos para no perecer (la producción),
    – tratando de resolver la pregunta más difícil de todas:
    ¿qué sentido tiene estar aquí?, ¿qué sentido tiene la vida?.

    Todo lo que hacemos, todo lo que tiene sentido está orientado a una de estas, o a varias de estas cuatro cosas.

    Eso es lo que se llama el “poder difuso”, el poder de todos los días. La sociedad funciona porque hay algo que funciona todos los días. Es la cotidianeidad lo que sostiene a una sociedad.
    Una sociedad no está constituida ni por sus edificios ni por sus carreteras, ni por los bancos, sino por sus transacciones. Si mañana los 20 millones de porteños se van de la ciudad y desocupan Buenos Aires, desaparece la ciudad, porque la ciudad real no es esa infraestructura, son las transacciones que existen entre sus habitantes, y esas transacciones son procedimientos cotidianos, es allí donde se construye el bien o el mal común.

    No existe un demonio que genere el mal. El bien y el mal depende de las formas en las que nosotros generemos las transacciones.

    Las personas nos relacionamos y construimos la realidad a través de intercambios, de transacciones:
    • Emocionales: intercambiamos sentimientos.
    • Económicas: intercambiamos bienes y servicios.
    • Sociales: intercambiamos reconocimientos de status, rol o cargo.
    • Políticas: intercambiamos, defendemos o articulamos intereses personales o colectivos. La política es el arte de articular intereses.
    • Culturales: intercambiamos formas de ver y construir el mundo.
    • Espirituales: trabajamos por evitar o disminuir el dolor en los otros. La compasión activa.

    La realidad de una sociedad es el conjunto de transacciones (intercambios) de bienes, servicios, valores, intereses y emociones que tramita segundo a segundo en la sociedad.

    La sociedad prospera continuamente con las transacciones ganar-ganar, que son aquellas que agregan valor.

    Las transacciones ganar-perder destruyen valor social, emocional, espiritual, cultural, político y económico.

    Entonces, la pregunta es: ¿dónde se construye el bien común?

    El bien común se construye en las transacciones ganar – ganar.

    Cuando una sociedad aprende a hacer transacciones ganar – ganar en todas las dimensiones entonces está construyendo bien común.

    Este concepto de construir bien a partir de transacciones ganar – ganar es muy reciente en el mundo. Quien planteó este tema a fondo por primera vez fue el matemático y premio Nobel de economía John Nash, que no era economista.

    Nash descubrió que las ecuaciones de los economistas y se dio cuenta que estas ecuaciones están construidas bajo modelos ganar – perder.

    Logra demostrar lo que hoy se llaman los “óptimos de Nash”. Estas ecuaciones de la forma en la que están hechas tienen la siguiente característica: acumulan mucha riqueza en un solo lugar y mucha inequidad en otro lugar, por eso en el siglo donde hemos producido más riqueza, hemos generado más inequidad. Pero no es un problema perverso, es un problema de diseño, porque el diseño está hecho para generar transacciones ganar – perder. Nuestra educación está hecha para generar transacciones ganar – perder.

    Cuando usted se siente feliz porque su hijo está en un colegio donde todos tienen un cociente intelectual 140 mínimo, lo que usted está diciendo es: “yo creo que la inteligencia es una instrumento válido para dominar, para la guerra, para excluir, y mi hijo es muy inteligente porque le gana a todos, no sabe cómo compartir, domina, es el número uno”.

    Y Nash formula una frase que es tenaz: “toda búsqueda de excelencia es excluyente”.

    Todos los sistemas de excelencia son excluyentes, a no ser que sean totalizantes.

    La excelencia solamente es buena si es para todos.

    La excelente calidad del agua de Buenos Aires es incluyente si su calidad es igual para todas las casas y ranchitos de Buenos Aires. Si el agua de Buenos Aires es de una calidad para unos, y de otra calidad para otros, entonces el agua se convierte en un sistema de exclusión.

    Otra cosa que Nash nos enseñó es: ya que no podemos parar de producir y de consumir: ¿cómo hacemos para dejar de acumular riqueza en un lugar e inequidad en el otro? Nash dice que la única forma de lograrlo es que todos aprendamos a hacer transacciones ganar – ganar en todos los niveles: emocional, político, económico, social, cultural y espiritual. Y este es el gran desafío de poder encontrar una nueva forma de estar en el mundo: ¿cómo construimos pensamiento? ¿Cómo educamos a nuestros hijos? ¿Cómo diseñamos instituciones que necesariamente generen transacciones ganar – ganar.

    Son las transacciones las que le agregan o quitan valor a las cosas, a los bienes, servicios, valores y emociones de una sociedad.

    El cambio ocurre cuando pasamos de transacciones ganar-perder a transacciones ganar-ganar. Cuando pasamos de competir a coopetir, es decir a competir, no ya desde la destrucción del otro, sino de sacando de nosotros nuestras mejores capacidades y competencias, y cooperando con el conjunto agregando valor.

    Las transacciones ganar-ganar aumentan la riqueza y disminuyen la inequidad.

    ¿Qué es aumentar la riqueza y la equidad?
    Saber crear valor económico y ético al mismo tiempo.

    La crisis de nuestras sociedades latinoamericanas no es la corrupción, no es la plata, no es el desempleo, la crisis es la ética.

    La mayor riqueza de una sociedad es el proyecto ético. El problema no es de plata, es cómo logramos hacer todo en pos de un proyecto ético.

    Las transacciones ganar – ganar nos enseñan a consumir bienes útiles. No es posible no consumir. Tenemos que aprender a producir bienes útiles que son todos aquellos que contribuyen a la dignidad humana y a cuidar los bienes ecosistémicos del planeta.

    Quizás la constitución más moderna y revolucionaria en este momento sea la constitución ecuatoriana, porque en uno de sus artículos estableció que el primer derecho no son los derechos humanos, sino que el primer derecho son los derechos de la Pachamama, porque si no hay planeta no hay derecho. Le da naturaleza jurídica a la Pachamama para empezar a construir una nueva constitucionalidad sobre el planeta.

    ¿Por qué son importantes las transacciones ganar – ganar?

    – Aumentan la riqueza y la equidad: saber crear valor económico y ético al mismo tiempo.

    – Nos permiten producir y consumir bienes útiles: aquellos que contribuyen a la dignidad humana.

    – Aumentan la calidad y duración de los bienes y disminuir su obsolescencia para racionalizar el uso de la energía.

    – Aumentan la transparencia pública del Estado, la Empresa y las Organizaciones de la Sociedad Civil.

    -Fomentan el consumo consciente.

    ¿Dónde se aprenden los valores y los comportamientos ganar-ganar?

    Los valores y los comportamientos ganar-ganar se aprenden en las rutinas diarias que vivimos.

    Y las rutinas ocurren en los espacios de socialización.

    Los espacios de socialización de rutinas y la conformación de valores de una sociedad son:

    • La familia (los vínculos emocionales, la empatía y el autocuidado de la salud y del espíritu).

    • La calle y el grupo de amigos (vivir en redes y aprender a interactuar con aquellos que no conocemos).

    • Las organizaciones de barrio y los clubes (la solidaridad para crear y proteger los bienes colectivos básicos, la mutua protección y cooperar).

    • La escuela y la universidad (los valores del saber y aprender a trabajar en equipo).

    • El trabajo y las empresas (la producción ética y la creación de riqueza).

    • Las organizaciones intermedias (la asociación y capacidad de interrelacionar lo micro con lo macro).

    • Las organizaciones políticas (la convergencia de intereses).

    • Las iglesias (la transcendencia).

    • Los medios de comunicación (el significado y el sentido).

    • Las redes sociales (aprender a pedir y dar ayuda).

    • Internet (aprender a hacer hipótesis y preguntas pertinentes para obtener conocimiento del saber acumulado).

    Cuando los diferentes espacios de socialización tienen el mismo norte ético, el mismo proyecto ético, la sociedad es coherente éticamente.

    Todo proyecto ético está basado en el Estado Social de Derecho, la Dignidad Humana (DDHH), y la ética del cuidado, cuya agenda incluye cuidar los bienes ecosistémicos del planeta.

    En nuestra aldea global nos encontramos frente a una paradoja inusitada:

    Al mismo tiempo que estamos poniendo en riesgo nuestra supervivencia como especie con el cambio climático y sus consecuencias, hemos desarrollado las condiciones para llegar a un nuevo estado de humanización y relacionamiento a través del desarrollo de las comunicaciones y el turismo. Solucionar ésta paradoja requiere de un nuevo orden ético.

    Poder prever, prevenir y controlar el riesgo de autodestrucción de la especie humana y al mismo tiempo fortalecer nuestro relacionamiento y autopercepción como una sola especie que se comporta como una familia humana requiere de un nuevo orden ético: Saber cuidar.

    El cuidado no es una opción para la especie humana.

    O aprendemos a cuidar o perecemos.

    Saber cuidar es el nuevo paradigma de civilización.

    El planeta no esta en peligro, somos nosotros como especie los que estamos en peligro si no cambiamos nuestros comportamientos entre nosotros y nuestro comportamiento con el planeta.

    Como bien sostiene el teólogo brasilero Leonardo Boff: “cuando amamos cuidamos y cuando cuidamos amamos”.

    El cuidado asume una doble función de prevención de daños futuros y regeneración de daños pasados. Y es el único comportamiento humano que tiene esta característica.

    Hagamos lo que hagamos, si lo que hacemos contribuye a hacer posible la vida digna de la gente y a cuidar de los bienes ecosistémicos de planeta, nuestra actuación siempre será de alto alcance ético.