San Francisco de Asis

(nacido Giovanni di Pietro Bernardone) (Asís, 1181/1182 -ibídem, 3 de octubre de 1226).
Santo italiano, que fue diácono, fundador de la Orden Franciscana, de una segunda orden conocida como Hermanas Clarisas y una tercera conocida como tercera orden seglar, todas surgidas bajo la autoridad de la Iglesia católica en la Edad Media.
Nacido bajo el nombre de Giovanni, su padre era un próspero comerciante de telas que formaba parte de la burguesía de Asís. Francisco recibió la educación regular de la época, en la que aprendió latín. De joven se caracterizó por su vida despreocupada y como cualquier hijo de un potentado tenía ambiciones de ser exitoso.
En sus años juveniles la ciudad ya estaba envuelta en conflictos para reclamar su autonomía del Sacro Imperio y Francisco formó parte del ejército papal bajo las órdenes de Gualterio de Brienne contra los germanos.
De acuerdo con los relatos, fue en un viaje a Apulia (1205) mientras marchaba a pelear, cuando durante la noche escuchó una voz que le recomendaba regresar a Asís. Así lo hizo y volvió ante la sorpresa de quienes lo vieron, siempre jovial pero envuelto ahora en meditaciones solitarias.
Empezó a mostrar una conducta de desapego a lo terrenal. El punto culminante de su transformación se dio cuando convivió con los leprosos, a quienes tiempo antes le parecía extremadamente amargo mirar.  Pese a la oposición de su familia, especialmente de su padre, Francisco se sometió al llamado de la autoridad eclesial despojándose de todas sus vestimentas ante los jueces, proclamando a Dios desde ese momento como su verdadero Padre.

Comienzos de la orden

No se sabe con certeza cuántas iglesias en ruinas o deterioradas reconstruyó; entre ellas, a la que más estima tenía era la capilla de la Porciúncula (“la partecita”, llamada así porque estaba junto a una construcción mayor).
Allí fue donde recibió la revelación definitiva de su misión, cuando escuchó estas palabras del evangelio: No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos… Así, cambió su afán de reconstruir las iglesias por la vida austera y la prédica del Evangelio. Después de someterse a las burlas de quienes lo veían vestido casi de trapos, ahora su mensaje era escuchado con atención, y al contrario de otros grupos reformadores de la época, el suyo no era un mensaje de descalificaciones ni anatemas.
Bajo la pobreza que Francisco predicaba y pedía, los frailes hacían sus labores diarias atendiendo leprosos, empleándose en faenas humildes para los monasterios y casas particulares, y trabajando para granjeros. Pero las necesidades cotidianas hacían la colecta de limosna inevitable, labor que Francisco alentaba con alegría por haber elegido el camino de la pobreza.
En 1209, Francisco se decidió a presentarse ante el papa Inocencio III, para que le aprobara la primera regla de la Orden. Con ese fin, él y sus acompañantes emprendieron el viaje a Roma.
Después de varias objeciones, el Papa por fin aprobó la regla verbalmente, al convencerse de que la ayuda de un hombre como Francisco reforzaría la imagen de la Iglesia con su prédica y su práctica del Evangelio. Fue por esta época cuando fundó, junto a Clara de Asís, la llamada segunda orden.
Camino de vuelta a Asís, él y sus acompañantes se ubicaron en un lugar llamado Rivotorto, donde consolidaron sus principios de vivir en la pobreza, conviviendo entre los campesinos locales y atendiendo a leprosos; desde entonces se hacían llamar a sí mismos Hermanos Menores o Frailes Menores (el nombre fundacional de la congregación es Ordinis Fratrorum Minorum, abreviado O.F.M.).

Crecimiento y expansión

Dentro del ánimo de la época de los viajes hacia el Este, hizo un intento de ir a Siria para la expansión del Evangelio en la tierra de los llamados «infieles».  Antes de 1215 el número de frailes se había incrementado, no sólo en Italia sino en el sur de Francia y en los reinos de España. Viajaban los franciscanos de dos en dos y convivían con la gente común; además, establecían ermitas en las afueras de las ciudades.
Durante el Concilio de Letrán de 1215, la organización adquirió un fuerte estatus legal.
Hacia 1210, la orden tuvo sus primeras disensiones respecto de las normas de pobreza dictadas por Francisco. Algunos persuadieron al cardenal Hugolino para que hablara con él, a fin de que la orden fuera dirigida por hermanos «más sabios», a lo que el pobrecito se opuso recalcando la forma de vida de humildad y simplicidad.
En 1219 se embarcó hacia el oriente, donde los cruzados estaban bajo la orden del duque Leopoldo VI de Austria. Allí, Francisco los previno de que había sido alertado por Dios de que no realizaran ningún ataque; ante sus palabras, los soldados se burlaron de él. El resultado de la siguiente batalla fue un desastre para los cruzados. Continuó su estadía y el aprecio hacia su persona crecía, incluso algunos caballeros abandonaron las armas para convertirse en frailes menores.
Tomó como misión la conversión de los musulmanes. Para ello se acompañó del hermano Illuminato para adentrarse en esas tierras.
La orden, durante su ausencia, sufrió una crisis: hubo disensiones, falta de organización y desacuerdos con la ruda vida diaria. Enterado de estos sucesos, Francisco fue ante el Papa Honorio III y le rogó que designara al cardenal Hugolino para reorganizar la orden.
Ante el peligro de inclusión de gente de dudosa vocación espiritual, nació la llamada Tercera Orden, para permitir a hombres y mujeres laicos vivir el evangelio tras las huellas de Francisco. Obtuvo su estatus legal en 1221 también con la ayuda del cardenal Hugolino.
Bajo influencia nuevamente de este cardenal, la orden reabrió el convento de Bolonia para el estudio, a pesar de la convicción de Francisco de la primacía de la oración y la prédica de los Evangelios por sobre la educación formal.

Los estigmas

En 1224 Francisco decidió hacer un viaje a un lugar aislado llamado Monte Alvernia, al norte de Asís; con algunos de sus compañeros.
Estando en la cima, Francisco quiso construirse una cabaña a manera de celda, donde después se aisló. La oración ocupó un lugar central en la vida de Francisco; para ello buscaba la vida eremítica, el silencio y soledad interior. Reforzaba sus plegarias postrándose, ayunando, e incluso, gesticulando.
Luego decidió irse a un sitio más apartado en una saliente de montaña, donde decidió hacer un ayuno de cuarenta días.
Por órdenes del pobrecito, uno de sus discípulos lo visitaba dos veces para llevarle pan y agua. Según los relatos, éste fue testigo de la aproximación y alejamiento de una bola de fuego que bajaba del cielo.
En 1224, oró para recibir dos gracias antes de morir: sentir la Pasión de Jesús, y una enfermedad larga con una muerte dolorosa. Después de intensas oraciones, entonces en un trance profundo el mismo Nazareno se le presentó, crucificado, rodeado por seis alas angélicas, y le imprimió las señales de la crucifixión en las manos, los pies y el costado; posteriormente, sus hermanos vieron los estigmas de Francisco, que él conservó por el resto de su vida.
Retornó a la Porciúncula acompañado sólo por su discípulo; en su camino hubo muestras de veneración al estigmatizado. Mientras tanto, su salud —que desde mucho tiempo antes nunca fue buena del todo— empeoraba: El sangrado de sus heridas lo hacía sufrir constantemente.
Murió el 3 de octubre de 1226 a la edad de 44. Fue canonizado en 1228.

El ideario Franciscano

Dios
San Francisco dice del “verdadero Dios, que es bien pleno, todo bien, bien total, verdadero y sumo bien; que es el solo bueno”, dice que es el “bien sumo, eterno de quien todo bien procede, sin quien no hay bien alguno”, por lo que a Él “hay que restituirle todos los bienes”, también mediante el “tributo de toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, y de toda bendición” reconociendo que todo es suyo.
El franciscano contempla el infinito amor de Dios hacia él y es conducido a buscar y encontrar a Jesucristo en las Escrituras, en la historia, en cualquier aspecto de la vida, en el hombre, en los «“menores”, “leprosos” y excluidos» y en toda la creación, en una continua obra de discernimiento para reconocer la acción del Espíritu.

Jesucristo
Para los franciscanos, Jesucristo es la gran revelación de Dios, el Salvador y la Pasión de los hombres, la Vida y el Modelo a seguir, el Maestro y la Enseñanza Suprema… Es al mismo tiempo la transparencia y la diafanía de Dios y el paradigma de toda existencia humana. En Jesucristo el hombre queda totalmente trascendido y transfigurado porque es el modelo supremo en el ser, el actuar, el sentir y el interpretar.

Gratuidad
El sentido de la gratuidad y el gusto por ella, son ciertamente uno de los componentes esenciales de la tradición franciscana. La juventud, la conversión, toda la vida evangélica y misionera de San Francisco, al igual que su vida de oración, están marcadas por la gratuidad.

Hombre
Cristo se ha unido a todo hombre por la encarnación. Es la perfecta revelación del hombre al propio hombre y el que descubre la sublimidad de su vocación. Jesucristo se inserta en el corazón de la humanidad e invita a todas las culturas a dejarse llevar por Su Espíritu hacia la plenitud.

Bondad
La antropología franciscana se distingue por saber descubrir la bondad en el interior de toda la realidad mundana y corporal. En el tiempo, el devenir y la historia, reconoce visible y operante la utopía de Dios con nosotros y nosotros con Dios.
La bondad de las cosas, de todos los hombres, de la entera creación, de cada una de las manifestaciones históricas del hombre sobre la tierra, no se conoce sólo por vía científica, sino por connatural y profunda actitud de amor hacia los hombres, la historia, los pueblos, la naturaleza.
Solamente por connatural capacidad de comprensión afectiva que da el amor, se podrá conocer y discernir la bondad de las cosas y sentirse solidario con toda criatura.

Realidad invisible
Nuestra antropología cristiana no es divisible en dos campos divino y humano, natural y sobrenatural, sagrado y profano, espiritual y corporal, religioso y no religioso. La realidad es una, pues la persona es una realidad indivisible.

Realidad con límites
La antropología franciscana elaborada a partir de la revelación de Jesús de Nazaret está capacitada para reconocer las limitaciones del hombre, su pobreza creatural y existencial, y su radical y amorosa referencia a Dios y a los hermanos.
Esta postura realista nos da:

  1. Humildad para aceptar la lentitud de los procesos, la conversión paulatina, las marchas atrás, las peregrinaciones y
  2. Paciencia para esperar el momento propicio. Aceptar al otro tal cual es exige aceptarse uno a sí mismo tal cual es, es aceptar la medida de Dios.

Igualdad
El Espíritu campea en la fraternidad. Nadie puede llamarse prior, mayor, superior, así como nadie puede denominarse maestro. Francisco siempre temió que la voluntad de dominación suplante al Espíritu.

Libertad
El hombre del proyecto utópico franciscano se define por la libertad; no aquella de la carne sino la que hace esclavo por amor. No hay camino prefijado, límites claramente marcados: es la conciencia, el parecer, el alma, la libertad suprema de la persona. “Para ser libres nos ha liberado Cristo”.
La libertad de la persona humana es uno de los núcleos de la educación franciscana.  Libertad de pensamiento, de juicio, de sentimientos y de imaginación, para que cada persona sea artífice de su propia vida, inserto en la comunidad.

Minoridad
La minoridad expresa el modo en que los franciscanos viven fraternalmente la escucha y el diálogo, manifiestan sus propias necesidades, se prestan servicio mutuamente con humildad, en obediencia recíproca. El franciscano descubre su propia pequeñez y la total dependencia de Dios, fuente de todo bien, y vive como peregrino y extranjero, reconciliado y pacífico, acogedor, hermano y súbdito de toda criatura.

Fraternidad
La experiencia de Dios de Francisco estructura toda su experiencia humana y cósmica en términos de fraternidad. Es el sustantivo en la definición de la identidad franciscana.  La conciencia de tener un mismo origen y estar llamado a ser hijos de un mismo Padre hace que el franciscano esté siempre atento a conocer, amar y servir a los demás, en sus diferentes formas culturales. En este sentido, tanto el diálogo como la justicia y la paz son valores destacados en la educación franciscana.

Encuentro, participación y responsabilidad
La otra cara de la fraternidad es la participación. Es casi un signo de los tiempos, y nos habla de acogida cordial, de capacidad de diálogo, de confianza en el otro. La participación es un proceso de desarrollo de la conciencia crítica y de crecimiento de las personas y comunidades. La participación lleva a cada uno a ser protagonista.
Solo desde la unidad se puede conseguir la corresponsabilidad, que es una adecuada participación de las responsabilidades, respetando ministerios y carismas. Se realiza cuando se asume, se acepta y coordina, armónica y eficazmente, la propia
La corresponsabilidad se opone a la indiferencia, a la pasividad, al acaparamiento, a la marginación, a la imposición, al “mando y ordeno”. Significa responsabilidad compartida. Es “obediencia recíproca” y atención a “la necesidad del hermano” y al bien común.

Mundo
El franciscanismo se pone ante el mundo natural en una perspectiva diferente. Además de la razón científica y matemática, la técnica e instrumental, también están la razón metafísica, la razón vital, la razón estética, la razón religiosa. No se oponen sino se complementan.
Francisco se sentía íntimamente vinculado no sólo con los hombres sino con todos los seres de la creación, a los que daba el nombre de hermanos.
El hombre no es un ser lanzado o arrojado en un espacio geográfico llamado mundo, sino que ha sido colocado con cuidado amoroso en una naturaleza, que es nuestra primordial casa o morada entrañable.

Naturaleza
Para el franciscano la creación entera tienen su propia bondad y verdad óntica y su lenguaje simbólico, al mismo tiempo que constituyen fraternidad con el hombre.

Cultura
Con la palabra cultura se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios de modo que puedan llegar a un nivel verdadera y plenamente humano.
Abarca la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma conciencia colectiva.
La educación es una actividad humana del orden de la cultura; la cultura tiene una finalidad esencialmente humanizadora. Se comprende, entonces, que el objetivo de toda educación genuina es el de humanizar y personalizar al hombre. La educación resultará más humanizadora en la medida en que más se abra a la trascendencia, es decir, a la verdad y al Sumo Bien.

Repercusiones en la actualidad
Francisco ha quedado como aquél que, en su espíritu de pobreza y
desprendimiento, probablemente más se pareció a Jesús en la historia de la cristiandad. El “Pobre de Asís” sigue conmoviendo por su capacidad infinita de reconciliación con todo y con todos, respetado no sólo por creyentes de todas las religiones, sino también por no creyentes. Es, quizás, el santo más ecuménico, razón por la cual se realizaron encuentros interreligiosos mundiales en Asís, la “ciudad de Francisco”.
Por su devoción a los animales como criaturas de Dios, ha sido abrazado por la cultura del escultismo particularmente por la relación hacia los lobos. Es el patrono de los veterinarios y de los forestales (Ingenieros de Montes, Ingenieros Técnicos Forestales, Agentes y Guardas Forestales, y otros cuerpos similares) y, por extensión, de los movimientos ecologistas que empeñan sus esfuerzos en el cuidado de la naturaleza y del ambiente.
El mundo cristiano está lleno de iglesias y de altares dedicados a él y por él su nombre, antes bastante raro, se hizo habitual en toda Europa. Pío XII lo proclamó, con Catalina de Siena, patrono de Italia el 18 de junio de 1939.Tiene numerosos epónimos de ciudades o localidades (la capital de la República del Ecuador, formalmente llamada San Francisco de Quito o la ciudad de San Francisco en los Estados Unidos, por ejemplo).
Aunque algunos sostienen que la creación del pesebre es anterior a Francisco, fue sin dudas él quien popularizó el Nacimiento o escena del nacimiento de Jesús. Al entrar a rezar en la ermita de Greccio en la Navidad de 1223, Francisco sintió el deseo de representar en vivo el nacimiento del Niño Jesús, y ese hecho fue decisivo en la universalización de esa tradición. En 1986, a petición de las asociaciones belenistas de todo el mundo, el Papa Juan Pablo II proclamó patrono universal del «Belenismo» a San Francisco de Asís.
Francisco no fue el creador de la llamada Oración de la paz de san Francisco (“Señor, hazme un instrumento de tu paz…”), poema francés publicado en 1912 y atribuido al fraile italiano desde 1916 hasta fines del siglo XX. Sin embargo, se la considera una síntesis hasta el presente anónima del ideario vivido por el “santo de Asís”.
En virtud de la devota peregrinación de San Francisco a Oriente, y de su voluntad de reconciliar a todos los hombres, los franciscanos son custodios de los Santos Lugares. La presencia franciscana en Tierra Santa, que con diversas vicisitudes se ha mantenido siempre, adquirió estabilidad y carácter oficial de parte de la Iglesia en 1342, año en que el papa Clemente VI promulgó dos Bulas: la “Gratias agimus” y la “Nuper carissimae”, en las que encomendó a la Orden Franciscana la «custodia de los Santos Lugares».
El papa Francisco eligió este nombre en honor a san Francisco de Asís el 13 de marzo de 2013.La segunda encíclica de su pontificado, Laudato si’ (en español, Alabado seas), que tiene por tema central la conservación del ambiente con particular énfasis en la búsqueda de una “ecología integral”, reproduce en su título las primeras palabras del Cántico de las criaturas del santo de Asís.